Te recuerdo... [10 años más tarde] {Romina LeBlanc}

Spoiler:

Del mismo modo que la tierra daba vueltas, el mundo avanzaba para unos pocos afortunados. La vida era injusta, la vida daba muchas vueltas, la vida no reparaba en favoritismos. La vida borraba amistades, amores, peleas, sonrisas... pero jamás olvidaba los recuerdos de una mente joven y algo alocada, machacada por experiencias duras y maltratada por sucesos desafortunados.

Era un domingo al amanecer, Maxwell, el antiguo cachorro ya no era un niño. Habían pasado ya diez años, que se dice rápido, y había dejado ese rostro angelical con esas pequitas sobre su nariz encerradas en algún lugar de su memoria. Ahora era un joven licántropo fuerte y elegante. Algo altivo pero de buen corazón. Su entrenador, el lobo que lo mordió con el único fin de reclutarlo estaba muerto, y con él, todo su odio y rencor hacia las demás razas.

Andaba por la playa, descalzo y con el torso desnudo. Pisando la arena y dejando que las olas anhelantes borraran ese suave rastro, impidiéndole volver sobre sus pasos o mirar atrás. Tenía ya 21 años y un nombre en mente. Romina.

Maxwell, al cual seguían apodando Wolfie, se detuvo en la arena y dejó que el propio peso, con la ayuda de la maldita gravedad, lo hundiera en la arena hasta los tobillos. Bajó el mentón lentamente hasta dejarlo pegado a su nuez para poder mirar mejor el suelo. Ese suelo formado por miles de millones de granitos de arena. Todos unidos, abrazados, comprimidos... entrelazados y juguetones como esas hermosas gabiotas que batían sus alas sobre su cabeza. Miró el modo en que sus tobillos y pies quedaron hundidos en la arena, haciendolo tres dedos más bajo de lo que era. Se dejó caer de rodillas, cómo derrotado.

Sus rodillas magulladas por miles de caídas durante batallas impactaron de forma sorda contra la arena, dejando dos pequeñas ondulaciones alrededor. Apoyó las palmas de las manos en la arena y recordó la de veces que había paseado por aquí con ella, la de veces que se había encandilado de forma silenciosa con esa perfecta sonrisa blanca, tan inmortal y deleitante como su presencia. Maldijo el día en que la conoció. Y no porque la odiara, al contrario, porque si no la hubiera conocido en ese día fresco de otoño... ahora podría ser feliz.

Y esque, ¿Cómo ser feliz sin aire que respirar? ¿Sin agua que beber? ¿Sin sueños que soñar? ... sin labios que besar... sin Rominas que abrazar y protejer del mismo modo que ella tomó cura de él diez años atrás. Cerró esos ojos oscuros y profundos como dos agujeros negros y restó en silencio.

Maxwell alzó la mirada y clavó esos ojos oscuros como dos pozos sin fondo en el sol que empezaba a alzarse. Era bonito el amanecer... Las gabiotas revoloteaban de forma alegre encima de su cabeza como si quisieran decirle algo, algo que no podía comprender dado que no hablaba su idioma. Se frotó el pecho desnudo y trabajado con el paso de los años. No podía sacarsela de la cabeza. Esos ojos claros, esa nariz recta, esos labios carnosos, ese pelo rubio y perfumado... No pudo evitar sonreir ligeramente y mirarse la mano, una mano que en su día estuvo cojida de la de ella.

- te recuerdo... Romina - Susurró mirando el sol recién alzado y esperando que de forma peliculera, estuviera dónde ella estuviera pensara de vez en cuando en él. Había sido difícil tener que marcharse sin decirle ni adiós, pero su maestro lo amenazó de ir a por ella... y antes moriría que venderla y jugarse la vida de la persona que más le importaba en el mundo de ese modo.

Suspiró de nuevo mientras la suave brisa ondeaba su corta melena rubia, más ondulada y oscura en comparación a la que tenía diez años atrás. Un pañuelo se enredó en su pierna y bajó la mirada. Se agachó y tomó ese pareo y lo miró con los ojos muy abiertos. ¿Podía ser? Ese olor... - ¡ROMINA!

Maxwell olfateó el pareo y se aseguró que, efectivamente, ese pañuelo pertenecía a la más bella vampira con el más grande corazón que había visto jamás. Abrió de par en par los ojos, esos ojos negros como la noche que ahora brillaban con un deje especial. Un deje.. ¿de esperanza? Podría verla al menos una vez más. De ser así ya podría morir en paz. Solo pedía un instante con ella y todas esas noches en vela pensando en su figura habrían valido la pena.

Desenterró de un salto los tobillos de la arena y sonrió como hacía años que no sonreía. Diez, para ser exactos. De repente sintió como si el sol volviera a brillar, sus músculos vibraron y de la emoción se descontroló y se transformó en un hermoso lobo enorme de ojos negros como la noche y pelaje claro como el día. Trotó levantando polvo bajo sus patas que parecían volar de la velocidad. Siguió el rastro hasta derrapar un par de quilómetros más allá. Vió una hermosa silueta en el agua, retirándose el pelo de la cara, una cara que no veía ya que estaba de espaldas a él.

Alzó el morro y aulló con todo el aire que tenía en los pulmones

Maxwell admiró esos femeninos rasgos inmortales y eternos, perfecta una eternidad. Una eternidad de la que a lo mejor él se las ingeniaba para pasar a su lado. ¿Era imprimación? Precisamente. Dejó que se acercara cuando la oscuridad de la noche ya se había cernido sobre ellos. Abrió de par en par esos grandes ojos negros, profundos como ellos solos, y echó las orejas hacia atrás, ladeando la cabeza. ¿No lo reconocía?

Dos razas enfrentadas, son sentimientos unidos o no, dos miradas cruzadas, dos corazón acelerados y una sola noche para hablarlo. Dudó sobre si transformarse o no, pero finalmente lo hizo, dudando de que lo reconociera bajo su forma humana. Le vibraron los músculos y una oleada de adrenalina lo sacudió para cuando quedó transformado en un apuesto joven de complexión fuerte y mirada profunda, esa misma mirada del cachorro. Iva desnudo, pero eso era lo de menos...

Se erguió y se acercó un paso a ella, nervioso - Romina...soy yo... -

Dejó que, con una sonrisa, esa corta distancia se multiplicara por cero cuando la vampiresa que le tenía el corazón robado lo abrazó fuerte, cubriendo su desnudez con su perfecto cuerpo de belleza utópica. Cerró los ojos suavemente y se deleitó con el olor de Romina. Sí, era ella. Después de diez años la volvía a ver... y estaba igual. Había sido incapaz de borrar su rostro de su mente de la de veces que la había garabateado en una libreta rodeada de corazones en plena crisis amorosa de los dieciséis.

Separó un poco el rostro de su pelo y agachó el mentón para mirarla a los ojos. Quién te mira y quien te ve, ahora Romina era más baja que él. Sonrió curvando los extremos de los labios hacia arriba y apoyó su mano en la que ella usaba para acariciar su mejilla. - Sí, soy yo. Tu Max... - siseó dejando que el viento se llevara sus palabras para hacerlas llegar a oidos de la rubia.

Maxwell sintió una vez más ese desagradable contraste de temperaturas, era como poner la mano en el fuego y luego en un cubo de hielos. Se estremeció pero no se separó. La miró fijamente a los ojos y dejó que ella se perdiera en esa mirada masculina que componían dos ojos negros asemejados a dos agujeros negros que tragaban toda la cordura de cuantos se atrevían a mirarlo. De repente su sonrisa se congeló y lo empujó, logrando que Maxwell diera un traspiés pero no llegara a caer en esa ardiente arena maltratada por un largo día al sol.

De repente se acercó de nuevo y lo tomó del cuello para sacudirlo más de lo normal. Su pelo ondeaba para aquí y para allá mientras esa varonil sonrisa no desaparecía de sus labios. Entreabrió esos carnosos labios para mostrar una hermosa dentadura con colmillos de lobo - nunca me marché, sólo que tuve que escojer. O dejar de verte... o que te intentaran matar - confirmó - y no pensaba perderte para siempre.. llevo diez años esperando éste momento, Romina... -

Maxwell dejó que ella le besara la mejilla y la frente con delicadeza mientras le pasaba los brazos por la cintura y la abrazaba un rato para luego tomarla de las mejillas y soltar un - ssshh... tengo algo que decirte... -comentó para que le dejara hablar y no hablara de esa forma atropellada. Era algo evidente que no iva a volver a irse. La amaba, la amaba por encima de su naturaleza, de su olor o de su temperatura. Siempre la había amado. Ella lo acojió cuando solo era un cachorro iniciado en el mundo mitológico... ella lo ayudó a ser lo que era. Y ella le robó el corazón.

Maxwell le soltó una de las mejillas para tomar el pareo que el viento le había llevado hasta él. El destino -cruel o no- había decidido unirlos ese anochecer en una misma playa. La miró a los ojos y agradeció su silencio, se perdió en su sonrisa una vez más mientras trataba de ordenar sus caóticas ideas. Llevaba diez años deseando poder contárselo, lo había escrito en mil papeles, soñado en mil sueños, cantado en mil canciones y llorado en mil lágrimas, pero ahora que la tenía delante, no sabía cómo hacerlo.

Tenía la mente en blanco por lo que recordó lo que le decía su madre de pequeño y que más adelante Romina le solía repetir 'Vale más un gesto que mil palabras'. Así que miró de forma nerviosa esas pupilas celestes y se acercó poco a poco hasta apoyar sus varoniles labios en los de ella, en un simple pero perfecto primer beso.

Cuando ella soltó el primer 'te amo' Max tembló. Al segundo 'te amo' Max se rindió a sus instintos y la rodeó con un brazo de la cintura y con la otra mano la tomó de la nuca para acerarla y, ladeando la cabeza para que sus narices no chocara, selló sus labios.

Temió no ser correspondido, pero ella lo hizo, cosa que lo relajó y lo ayudó a seguir ese beso perfecto, dejando que sus labios se acariciaran mientras enredaba sus dedos en su pelo color del sol. La amaba, la amaba tanto que le dolía el pecho de los latidos del corazón. Se separó un poco y dijo - siempre te he amado -

Maxwell la dejó separarse, comprendiendo el mar de dudas en el que se estaba sumiendo la vampira. Era normal, lo comprendía. Habían pasado diez años desde que lo habían compartido todo y ahora él aparecía de la nada y le confesaba lo que llevaba oculto en el pecho desde que era un cachorro. La imprimación no atendía a razones, edades o razas. Simplemente te obligaba a amar a alguien. Y en el caso de que no lo obligaran, Wolfie estaba seguro de que se habría enamorado de ella...

Era tan perfecta, tan irreal, tan eterna, tan dulce, tan Romina... Así que se perdió en sus ojos y cuando ella se acercó un poco le tomó la mano y dejó que saltaran chispas -literalmente- del contraste de temperaturas. Las gabiotas habían emigrado para darles intimidad y la luna llena se alzaba sobre el cielo cubierto por un manto de oscuridad. - Romina... no voy a marcharme... a no ser que me digas que lo haga. Sin ti no tengo razones de existir - empezó a hablar en susurros como si temiera que los pudiera escuchar esa hermosa luna llena. La siguió mirando a los ojos mientras con el pulgar le acariciaba la mano suavemente; esa fría mano que le estrujaba el corazón con cada roce... - desde que era un cachorro que siento algo muy fuerte por ti, y he esperado diez años a poder decirtelo. No espero una respuesta. Tampoco ser correspondido, sólo que me parecía egoista no decírte que mi luna llena ya no es esa - dijo mirando al cielo - ahora eres tú - la miró a los ojos.